DAVID LOPEZ PANEA

DAVID LOPEZ PANEA

La selección de arte joven que titulamos años atrás como Figuraciones Sevilla / Generación 2000, resultó ser un listado plural que intentó recoger una mueva orientación generacional, entonces incipiente y apenas contrastada pero oportuna, que figuró en muestras de Madrid y Sevilla con ocasión del cambio de milenio, un repertorio limitado entonces, pero que aún resulta vigente respecto del actual entorno andaluz. Entonces ya en el texto introductorio, anunciábamos la “presencia de todos”, pero también la ausencia de “otros”. Este era el caso de artistas como David López Panea entonces un joven creador insertado en el contexto sevillano que de manera simultanea a aquellos despuntaba en aquellas fechas. Un artista que, a parte de otras tentaciones creativas, ha mantenido una fidelidad a la pintura en una valoración continuada del hecho plástico, convencido de su vigencia y sus peculiaridades.

Esto le ha llevado, desde unos orígenes siempre figurativos o al menos referenciales un tanto expresionistas con contenidos existenciales, a acercamientos, en los últimos años, al paisaje. Un género este en el que ha insistido y profundizado, y en el que se ha sentido especialmente a gusto a pesar de ir un tanto a contrapelo. Lo cual pudiera interpretarse como una personalidad artística aislada de otros contextos coexistentes. Atento a otros argumentos respecto de otros jóvenes creadores digamos más in, sin duda atraídos irresistiblemente por la notoriedad, por las tendencias de mercado o por las consignas de lo políticamente correcto.

Dentro de la amplia tradición de lo pictórico el debate planteado por DLP desde el invierno del 2004 en las sierras almerienses, necesariamente ejecutado con sus correspondientes liturgias y acciones a plein air, consistió en una reflexión intensa y en ocasiones hasta emotiva sobre lo pictórico. En realidad DLP depositó toda una serie de especulaciones constructivas, tanto formales como cromáticas, sobre las superficies de grandes cuadros. Donde la acción espacial, inspirada por la presencia del natural, quedó proyectada sobre extensas áreas pictóricas, cifrada en tonos tanto enfáticos como empíricos: el espacio geológico, matérico y escénico, reducido a superficie en su inmensidad insondable; tratándose de energías siempre constructivas que, extraídas directamente del paisaje, llegaban a evidenciar aspectos de una naturaleza descomunal, monumental, y hasta sistemática, en códigos que iban más allá de lo cezanniano, pero basado en la disposición  organizada del registro de sensaciones.

De ahí la revisión implícita en estos paisajes por parte de DLP. Que iría, desde las claves pictóricas asumidas por una modernidad incipiente a la constatación de otros lenguajes de las vanguardias históricas más evolucionadas, en donde adquieren una nueva reactivación ciertas estéticas telúricas del paisaje. Como el cultivado por los Ibéricos, de sus epígonos y derivaciones del arte hispano de posguerra. Claves ciertamente, si no denostadas verdaderamente olvidadas, por no decir ignoradas por los nuevos contextos de la creación digital. En definitiva, claves pictóricas con las que el artista despliega efectivamente aspectos más cercanos a lo sublime que lo pintoresco.

Un nuevo impulso detectable en la última pintura cultivada por DLP parece orientarse hacia un nuevo valor de la superficie, que propicia también el encuentro con estructuras con protagonismo de lo geológico. Algo en lo que indudablemente ha tenido mucho que ver su acercamiento personal a las sierras Almerienses de Gata, Filabres, Almagrera, etc así como sus incursiones últimas en las Sierras de Cádiz y Ronda. Masas pardas y calinosas, resecas y vibrantes, de peñascales calizos repletos de espartales con profundas cárcavas y oscuras sombras. Sierras perfiladas por cuchilladas de gigante. Sierras malvas al amanecer, entre desoladas ramblas, mates e invernales  en el ocaso. De ese interés por parte de DLP hacia el paisaje derivan sus series: Gran Poder. Sin duda testimonios de un “Gran Poder”, de la plenitud evidenciada en la magnitud de las montañas, de las descarnadas y esenciales montañas del Sur, a la vez “entes permanentes”, y a la vez cambiantes.

                                                                                         Juan Fernández Lacomba. (Del libro Arte desde Andalucía para el siglo XXI)

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