Matías Sánchez: Pintura, cáustica y humor

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La galería Begoña Malone es casi vecina de la de Rafael Pérez Hernado. Las dos apuestan por autores jóvenes y las dos exponen obras de Matías Sánchez, un artista que procede de Isla Cristina aunque nació en Tubinga, la ciudad alemana a orillas del Neckar donde trabajaban sus padres, emigrantes en los años setenta. Aunque las dos muestras son diferentes, ambas galerías las anunciaron conjuntamente: siguiendo los cánones de una invitacion nupcial convidaban al enlace de Bodas y Sepelios, que esos son los dos registros temáticos de los que se ocupa el autor.

Matías Sánchez es sin duda un expresionista, pero la fuerza de la expresión en sus cuadros no es meramente espontánea: ha estudiado los diversos tratamientos de lo expresivo, desde las crudas caricaturas de la Alemania de entreguerras hasta las fantasías de otro autor alemán, actual, Immendorf, y no ha descartado las posibilidades que encierran obras como las de Basquiat. Pero ha unido esta consideración de la pintura ya hecha a la elaboración de un mundo propio, al menos en dos sentidos: ha simplificado las formas, aclarándolas y, por así decirlo, concentrándolas en figuras concretas, y al mismo tiempo ha incorporado recursos de la pintura abstracta (texturas, modelación del color) y registros característicos del graffiti. El resultado puede verse hoy en ambas muestras: cuadros, que tienen algo de emblema, desmesurados, duros y al mismo tiempo divertidos.

Porque con estas formas expresivas Matías Sánchez pone en la picota, en la galería Begoña Malone, los mil y un tópicos que rodean hoy –con un vigor que apenas se podía sospechar hace veinte años– a las bodas. Da que pensar que cuando socialmente se reconoce en este país la precariedad del matrimonio se multipliquen los efectos convencionales de la imagen de los novios, aumente por días la parafernalia que rodea la ceremonia y se extiendan las formas rituales, laicas o sacras. Todo esto lo trata Matías Sánchez con el mayor desenfado: desde el feísmo de la figura de la novia hasta la desgarbada imagén del varón. La Despedida de soltero no es precisamente gozosa porque el novio se ha convertido en larva como si su sexualidad debiera entrar en estado de latencia y los Recién casados parecen compelidos por fatales urgencias, no se sabe si por algún instinto básico, por el afán de poner fin a la ceremonia o por el insinuado estado de buena esperanza de la novia. Todas las figuras, además, aparecen quebradas, en desorden aunque eso no les impida ser expresivas, claras y dinámicas.

Los Sepelios no aluden sino a un fallecimiento, el de la pintura. Convertido ya en lugar común, después de veintitantos años de celebrar alternativamente su muerte y resurrección, Matías Sánchez lo aprovecha para presentar con humor tipos y referencias del mundo del arte. Uno de los más divertidos es el Sepulturero (de la pintura, se entiende) que irremediablemente tenía que llamarse Marcelo en homenaje, claro, a Duchamp. Pero hay otros enterradores de la pintura más eficaces que las propuestas teóricas del francés. Por ejemplo, el Curator, el comisario profesional, que, orondo, viste como un clérigo, quizá porque hace gala de análogo dogmnatismo; o la especialista en eventos artísticos, que dice a un pintor Vamos a hacer de ti una estrella, o el crítico capaz de parir una crítica tan brillante como vacía. También reciben lo suyo los mismos pintores, sea porque se empeñan en sacar algo de donde nada hay (Tonto como un pintor) o porque están tan atentos a lo que otros hacen que vuelven la espalda a la propia obra (Plagio).

Las dos muestras componen así un graffiti crítico, verdadero retablo urbano, que constituye una nueva etapa en la tarea de este pintor y amante de la pintura que es Matías Sánchez.

Diario de Sevilla: 14/05/06
JUAN BOSCO DÍAZ URMENETA

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